miércoles, 17 de agosto de 2016


EMILIO ROMERO

 

I

 

Escritor transparente como los cielos morañeros de su Arévalo natal, la boca grande la sonrisa ancha, la mejor pluma del Régimen (escribía con la misma galanura que hablaba), Emilio Romero fue uno de los lujos del periodismo del pasado siglo por su manejo de la ironía y el buen decir castellano. Tuve la suerte de le conocer. Ahora releo algunos de sus libros. Fue importante al contar la versión no autorizada del franquismo despues y durante la guerra civil.
En el Vagabundo pasa de largo se entrecruzan nuestros sueños de libertad y La Paz empieza nunca tuvo fama de ser la mejor novela de la guerra civil cuyo desarrolló conocía bien.
En este libro se calza las botas de siete leguas y avista el porvenir de un conflicto interminable que dura ya casi ochenta años. Y parece inconcluido. 

Superviviente del Cuartel de la Montaña, se pasó a los nacionales por Aravaca. Fue el prototipo de falangista abierto al futuro, diletante y discrepante de las izquierdas, a las  cuales conocía en sus entresijos más íntimos. La republica fracasó por estar sirigida por señoritos y beatas extraviadas como Pasionaria. 
Fulguró como la pluma dorada del Régimen. Amigo de Segismundo Casado y de algunos generales republicanos publicó en su diario, órgano de los sindicaos verticales,  Pueblo, unas declaraciones de Indalecio Prieto sobre cómo fue el esquilmo de los tesoros del Banco de España— el oro de Moscú que los rusos nunca nos devolvieron y confiscaron veinte vagones cargados de onzas áureas— que embarcaron en el puerto de Cartagena rumbo a la URSS. Veinte funcionarios del Banco de España estuvieron incomunicados y encerrados durante dos semanas en los sótanos del palacio aledaño a Cibeles contando monedas y lingotes. Por orden del comunista Negrín.

Según el defensor de Madrid, y el que se rindió a Franco, general Segismundo Casado, que publica unas declaraciones en el periódico de la calle Huertas a su regreso de su exilio inglés, el responsable de aquel río de sangre fue Manuel Azaña, un tipo vil, alcarreño siniestro, un señorito acomplejado que se hacía pasar por defensor del obrero al cual menospreciaba, cobarde y lleno de odio.

En un ataque de pánico Don Manuel "El Verrugas" huyó de Madrid y buscó refugio en Barcelona, después en Valencia. Otro conteste fue Largo Caballero al que traiciona su rusofilia. Se entendía con el plenipotenciario de Stalin ante el régimen republicano Rosenberg, de etnia hebrea, que luego sería victima de las purgas estalinianas al igual que otros capitostes republicanos mentores de la amistad soviética (ayuda interesada a España como se ve) todos serían pasados por las armas o desterrados a Siberia, al regresar a Rusia. Moscú no cree en las lágrimas.

Largo Caballero fue un superviviente de Buchenwald pero murió al poco tiempo en Berlin. Pese a su homologación como miembro del PSOE era un bolchevique, cuenta Casado en estos papeles reservados; tacha de pro soviético al “Lenin español”. Sin embargo, Enrique Lister achaca a los militares del fracaso de la batalla de Brunete y dice que la culpa de los desmanes cometidos, robos e incendios de iglesias, violaciones de religiosas quemas de conventos y matanzas de curas fueron obra de los anarquistas descontrolados.
La guerra pudiera haberse acortado si Azaña no hubiera sido políticamente un desastre y el Doctor Negrín obedeciendo las instrucciones del Kremlin y de Londres (Churchill decía: dejemos a los españoles pringarse en su propia salsa) se cerrara en banda a un armisticio entre leales y rebeldes. La Urss pretendía crear un estado comunista al sur de Europa.

Con su sagacidad habitual Emilio Romero pone a sus lectores ante el hecho objetivo y real de las causas y consecuencias del conflicto ibérico. Razones que actualmente han sido aplastada por la apisonadora de la propaganda.

El pecado mayor de los políticos hispanos desde el 75 para acá ha consistido en ocultar a los españoles esas fuentes de información. Criterios de revancha hacen surgir planteamientos olvidados cuando la herida se estaba cerrando. Demasiada memoria histórica, tergiversada, parcial, envenenada por la revancha.

La verdad histórica ha venido viciada y manipulada por la propaganda.
Los que perdieron la guerra se acusan unos a otros en estos papeles reservados que publica don Emilio Romero.

Valentín González llega a decir de la Pasionaria, a la cual odiaba, hasta el punto de motejarla de "virgo potens", que no era más que una vendedora de sardinas de Santurce que se comía las hostias a puñados, enamorada primero de la Virgen de Begoña y luego de Stalin, que puso los cuernos a su marido y mandó traer a su amante un tal Antón desde la Francia ocupada por los nazis a Moscú a su novio en un avión alemán por conducto de sus influencias con Molotov. Para el Campesino la famosa líder del partido comunista en mujer era lo más parecido a una víbora.
Lister violaba a las mujeres fascistas que caían en su poder pero Lister, a su vez, muestra en sus memorias su rencor hacia Ramón J. Sender el  gran escritor aragonés que soltó las armas en el frente de Valdemoro y se pasó a los otros ¿Un violador al frente del famoso Quinto Regimiento que mandaba este picapedrero gallego al que Rusia colocó las estrellas de general?

Todos recriminan a Juan Negrín de delitos de alta traición y se quejan del trato infame que recibieron los refugiados españoles en el paraíso comunista. El secretario general del partido comunista José Díaz saltó desde una cuarto piso en Tiflis. Los niños de la guerra sufrieron toda clase de penalidades. En estos papeles reservados de Emilio Romero se cuentan cosas muy interesantes que desconocen los jóvenes españoles a dia de hoy. En parte llevaba razón Serraño Suñer cuando gritó desde un balcón de la calle Alcalá: “Rusia es culpable”. ¡Como para fiarse de Putin!

san roque y el mal gálico


SAN ROQUE

 

Acércate niña, que soy san Roque que si viene la peste que no te toque. Por decir viva san Roque llevaron me prisionero y ahora que yago en prisiones viva san Roque y el perro. El bienaventurado sano francés patrono del peregrinar y del vagabundaje es el patrón de los apestados. La sifilis se paseaba al socaire de su esclavina lo portaba su calabaza de camino a manera de cantimplora. Toda España jaranera es una gran fiesta y en Asturias en Galicia en León se le tenía  devoción. Entre sus barbas se esconde la liendre y las llagas del mal francés. Ayer por telegallega difundían escenas bochornosas de la procesión del santo que parecía un monigote sobre las andas que portaban unos mozos borrachos y tres mociñas con las tetas al aire. Después de los voladores y la música de la procesión, debían de conducirse al pajar, o a folgar entre los setos. Claro, que el perro de san Roque no tiene rabo que se lo ha comido Manuel Pintado.

Las fiestas de los santos se han convertido desde que estalla el primer chupinazo de san Fermín hasta san Miguel de Septiembre en una gran bacanal. España se paganiza, se descristianiza. ¿Siempre fue así? Uno no puede menos de tener ciertas prevenciones hacia estas folixias y me dan pena las peregrinaciones jacobeas desprovistas de antiguo sentido penitencial que tenían, pero esto ya es viejo. Ya en el siglo XIV Tomás de Kempis clamaba contra las romerías y las ramerías de estas fiestas locas. Porque de aquellas romerías estas veneras y de aquellos polvos estos lodos.

Decía el autor de la "Imitación": Multo peregrinantur sed paulo minus sanctificantur". Pero tan vez los que decimos que Cristo era un tipo de derechas y nos acusan de conspiranoides estemos fuera de concurso, nos alejamos de la orbita. Regamos fuera del tiesto.

A lo mejor la chusma está en la razón y somos nosotros los locos pero hay que huir del mundanal ruido si se quiere ser feliz. Cada día tiene su afán y cada época su signo. Y los signos no son precisamente hoy los de ese cristianismo medieval con que se divierte el mocerío. Es el Zeitgeist de Nietzsche que retorna. Intus est equus troyanus. El enemigo está dentro de nsotros misos. Finis Hispaniae. Europa se acabó. Que hagan con nosotros lo que les cumpla. Yo acuso.

 

Inocentadas

 

En pleno agosto cuando el sol empieza a declinar y se alargan las noches, recordando aquellos largos, interminables veranos de la infancia, compás de espera de la vida que estallaba—¡ Dios mío, qué seré, a quien querré, adónde iré, mañana quién vendrá!— cuando tirábamos varetas por wel barrio de Castrobocos y los domingos todos a misa, retorno al ayer segoviano que se fue.

Había moras cantidad al otro lado del puente romano por el que pasaron las legiones romanas y los carneros de la mesta morisca, las recogíamos en un bote y nuestras madres nos las aderezaban con azúcar y un poco de vinillo de en cá el Tío Loco aquel tabernero que tenía una tasca cerca de la fábrica de Klein. Sabían ricas incluso las pintonas.

Y los monagos de la catedral empezábamos a preparar las fiestas del obispillo, pasado el novenario de la Virgen de la Fuencisla. El señor Sebastián el sacristán nos maravillaba con su agilidad de gato al trepar por la maroma que colgaba desde lo alto de la cúpula gótica. La cuerda conectaba el templo con el campanario de la iglesia mayor de Segovia y era maravilla verlo gatear sin cansarse cerca de cuarenta metros en vertical. Aquel alarde era la señal de que moría el verano y se acercaba el otoño con sus hielos y relentes. Que concluía con los autos de navidad en el enlosado y sobre todo con la fiesta del obispillo de tradición medieval. Todo lo que sube baja y lo que está abajo se encima. Ley de vida. las inocentadas eran una señal de la fugacidad de las cosas humanas.

El acontecimiento era toda una lección de humildad. Porque ese día, coincidiendo con la llegada de San Nicolás, el acólito más pequeño era proclamado deán y era asistido por un minorista en el simulacro de misa pontifical. Se le paseaba en andas, triunfal, a guisa de silla gestatoria, por el claustro, con un báculo en la mano y una mitra en la cabeza que le venía enorme, mientras el coro iba cantando por detrás el “Iste Confessor” cambiando el texto latino por parodias chistosas en romance. Se hacían momos y pantomimas. Era cosa de ver aquel jolgorio.

Durante veinticuatro horas el obispillo mandaba en la catedral y era lo que se dice un rey de armas. El ceremonial era de raíz pagana y se había instalado de costumbre tradicional en la iglesia desde tiempo inmemorial.

Se honraba de este modo la llegada de   san Nicolás que acudía a la cita anual cargado de regalos que traía en un saco y se desarrollaban en las escuelas catedralicias las famosas inocentadas.

Relación había entre los niños degollados y las saturnales paganas para conmemorar el final del año solar.

En versión católica, la fiesta de los acólitos y ostiarios tenían lugar a la puerta de las catedrales con la benevolencia de los sacerdotes. Llevaban un burro a coro cantando canciones licenciosas.

Al momento de yantar, se enviaban al refectorio paquetes de envoltura; dentro había dulces, juguetes y toda clase de regalos. En todo caso, carbón y serrín, también, cuando el comportamiento o la aplicación escolástica del alumno había dejado que desear.

Según hubiera sido el comportamiento del primer trimestre llamado Michelmas, así la calidad de los presentes.

Asimismo, se destronaba al rey Herodes arrebatándole el cetro y la corona.  Al funesto degollador de inocentes al final lo quemaban en efigie, no sin antes haber tiznado su estatua de piel de sapo.

El sapo ese místico batracio cuya saliva usaban las brujas para volar. La primera escarcha marcaba el fin de la temporada micológica. Ya estábamos a las puertas del invierno y los campos aparecían sembrados de setas alrededor de la capital.